Fumo humo y exhalo mariposas

domingo, 17 de abril de 2011

SARTOULOU (7)

Mi objetivo a parte de ir ejerciendo de cirujano sin conocimientos de medicina, era abrirme paso hasta el escenario con un único objetivo en la cabeza, “Ella”. Escapar era secundario, no podía dejarla allí, no quería dejarla allí, el calor que seguramente todavía emanaba era para mi y sólo para mi. ¿Egoísta? Puede ser, pero si no, la quemarían y no querúa ese calor, NI DE COÑA.
Conforme avanzaba alcancé a ver a Sabine, la de los ojos de niña sangrientos, la que no era lo que aparentaba, (Aunque por aquel entonces desconocía su nombre), a ella la alcancé a ver, la vi danzando navaja en mano. Su navaja es una navaja francesa, una de esas “Besoin” tan femeninas, daba vueltas y saludaba antes de matar.
Las piruetas imposibles de la muerte.
Los saludos de pirueta
La navaja necesaria de la innecesidad
“Camaleón”
En cuanto llegué al escenario, sentía como todavía latía el sonido, como si el propio escenario no se había acabado de creer lo que había pasado. Me acerqué a la guitarra y la observé… Supongo que a estas alturas de la historia y de todas las descripciones previas entenderéis que la única forma de descripción que me queda por hacer es fácil:
J-O-D-E-R
Creo que es fácil y sencillo, como “Stadt”.
Metí la guitarra en la funda y salí corriendo, busqué la forma más fácil de salir; por un lado estaba la puerta principal, que había quedado rechazada por el frío y por la cantidad de frío que pretendía entrar de golpe, por otro lado quedaba el pasadizo secreto de debajo del camerino.¿Qué cómo lo sé?
Miguel, el cantante de “Juventud enredada” me lo enseñó, y si, estuvimos juntos durante mucho tiempo. Y allí metidos también.
Y por allí salí corriendo, sin mirar atrás, con una guitarra en la espalda, navajas y cuchillos en mi piel, y empalmado por el recuerdo de Miguel… como cuando escriben sobre algún personaje que dicen que se parece a ti y piensas “como molo”… nunca pensé una huída mejor.
Cuando llegué al camerino, me acerqué a la pared de la derecha, la que está enfrente del espejo (Ese que no podéis ver, ni que yo tampoco), me acerqué y el bloque de siempre bailaba lo de siempre, la canción de siempre.

En mi cabeza comenzaba a sonar “Escápate y hazme bailar” de Mario Mieles.


Creo que siempre que estaba apunto de entrar en aquel lugar, mi sangre se concentraba en mi entrepierna, se me erizaba el pelo y la piel, y más el vello púbico… Creo que nunca me acostumbré a este pasadizo, pero creo que me encantaba.
Cuando entré, todo estaba a oscuras, como siempre, tras la telaraña que se encontraba a la altura de los ojos estaba un pequeño farol de aceite que se encendía con una caja vieja de cerillas de un Motel.

Seguro que en ese Mote, pasaron millones de corazones rotos en millones de camas sucias, seguro que en ese Motel se hicieron cosas obscenas con el aceite que seguro que no sería de aquel viejo farol.
Siempre me resultó gracioso, en aquel pequeño cuartucho, en apenas unos pocos metro cuadrados, se reunían en un mismo espacio las palabras, los “fantasmas” que tanto apasionaban y atormentaban a Miguel, todos en un pequeño recinto, en la introducción de la continuación de un relato, todos en su corazón y en su cerebro, todos en mi hiel: El fuego de un farol encendido con cerillas, las telarañas que sólo ocultaban parte de algún pasadizo de un bloque bailante, y el espejo que estaba enfrente de aquel bloque.

Al ir a coger el farol me di cuenta de que no estaba, y a mis pies se encontraba el rastro de aquel Motel, pasara lo que pasara, alguien conocía aquel pasadizo. Comencé a caminar a oscuras, dejándome guiar por mis recuerdos, por lo poco de lo que me acordaba. La verdad, lo poco que estuve allí no estaba atento a la geometría de este laberinto/ pasadizo, preferiría dejarme llevar por el aliento de Miguel en mi nuca.
Torpemente comencé a caminar con los ojos mirando algo negro, para variar, aun así no tenía mala forma de guiarme.
Giré un par de veces a la derecha y una a la izquierda, no sé si eso era bueno o malo, pero alcancé a escuchar una golpe y una voz:
            -    ¡Auuu!
-         ¡Ten cuidado, Shabi!
-         Sar, tengo miedo.
-         -Y yo también…¿Te acuerdas de aquel verano, metidos en nuestra propia historia en una cama?
-         Me acuerdo que no salimos de ella
No lo vi , pero seguro que se miraron y se sonrieron a la luz de algo que tendría que ver con algo de un Motel.
Luego oí unos pasos y seguí ese sonido, esperando salir de allí.

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