Está jugando con nosotros, y joder, nos encanta. Todos estamos callados, expectantes. Sartoulou lleva aproximadamente media hora tocando y todos están boquiabiertos como en la primera nota, es como si estuvieran viendo la tele, mejor, como si la estuvieran viendo apagada y, aún sabiéndolo siguieran igual de hipnotizados. Nos guía a nuestra merced, nos maneja y nos encanta. Somos como él rebaño que se deja guiar, somos como el rebaño que conscientemente se deja llevar a la montaña, somos cada una de las ovejas que se deja follar por el pastor por comida, somos yonkis de este calor que nos está proporcionando, necesitamos dosis y ahora hay Bufé libre... Es como cuando juegas a rebosar el vaso de agua, como cuando buscas esa última gota que lo haga desbordar… es como cuando te duele el brazo y juegas a tocar, (como un coño ceniciento que cuando, a punto de ser penetrado, desaparece como el conejo de Alicia in chains), como cuando te estas apunto de correr y dejan de masturbarte.
Coño, se notaba que Francia necesitaba esto, un cambio radical de Frío a Calor, se palpaba el morbo cuando algo se prohíbe pasa a la condición de morboso. Y en Francia pronto el arte pasará a tener su máximo nivel de morbosidad.
Pero aún sin hablar de prohibiciones: muéstrale un caramelo a un niño y cuando lo tenga prácticamente entre los dientes, dándole el primer lametazo, arráncaselo. Es la metáfora de la música. El deleite de la música tiene un fuerte componente de deseo y morbo. No solo hace aflorar fuertes emociones con lo que ocurre cada instante de la melodía, sino que cada uno de esos instantes atrae al siguiente y te enloquece en un ansioso esperar. Cada vez que hay un cambio de ritmo y comienzan a aumentar los decibelios a la par que el ritmo, tu corazón se desboca y suplicando un atronador riff final; y cuando llega el instante de “conjunto y nivel de sonido deseado”… aún sigues esperando que no concluya ese “conjunto y nivel de sonido deseado”, que se sostenga y tras él se sucedan, hasta el infinito- a poder ser- más instantes de “conjunto y nivel de sonido deseado”.
Son esos instantes los que conducen tu alma a gozar de un exquisito elixir musical, llevan a tu corazón a seguir un tempo de infarto, y conducen irremisiblemente/ prometen el éxtasis.
Pero cuando concluyen, le golpean con suma contundencia y te abandonan en el peor estado de entumecimiento… y necesitas más, sí, hostias, ¡necesitas más!
Coño, se notaba que Francia necesitaba esto, un cambio radical de Frío a Calor, se palpaba el morbo cuando algo se prohíbe pasa a la condición de morboso. Y en Francia pronto el arte pasará a tener su máximo nivel de morbosidad.
Pero aún sin hablar de prohibiciones: muéstrale un caramelo a un niño y cuando lo tenga prácticamente entre los dientes, dándole el primer lametazo, arráncaselo. Es la metáfora de la música. El deleite de la música tiene un fuerte componente de deseo y morbo. No solo hace aflorar fuertes emociones con lo que ocurre cada instante de la melodía, sino que cada uno de esos instantes atrae al siguiente y te enloquece en un ansioso esperar. Cada vez que hay un cambio de ritmo y comienzan a aumentar los decibelios a la par que el ritmo, tu corazón se desboca y suplicando un atronador riff final; y cuando llega el instante de “conjunto y nivel de sonido deseado”… aún sigues esperando que no concluya ese “conjunto y nivel de sonido deseado”, que se sostenga y tras él se sucedan, hasta el infinito- a poder ser- más instantes de “conjunto y nivel de sonido deseado”.
Son esos instantes los que conducen tu alma a gozar de un exquisito elixir musical, llevan a tu corazón a seguir un tempo de infarto, y conducen irremisiblemente/ prometen el éxtasis.
Pero cuando concluyen, le golpean con suma contundencia y te abandonan en el peor estado de entumecimiento… y necesitas más, sí, hostias, ¡necesitas más!
(Me notaba creativo)
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